¿Cómo explicar y justificar racionalmente el empalamiento de un ladrón de gallinas? ¿La crucifixión de aquel que piensa diferente? ¿Cómo se entiende una lapidación por adulterio? ¿El exterminio sistemático de una cultura para apropiarse de su tierra? ¿La cámara de gas o la bomba atómica? ¿Cómo hacer para aceptar que el hambre y la miseria sistematizadas sean el motor de la economía?
Vano fue el intento de hacer un breve listado, a modo ejemplificativo, de las atrocidades cometidas por la humanidad en su paso por el mundo, dicha lista jamás sería breve,
son demasiadas. Aparentemente tantas, que gracias al cúmulo de ellas nos vimos obligados, como civilización, a protegernos los unos de los otros mediante la creación de algo que llamamos derechos humanos. Digamos que fue necesario poner por escrito, y en función de un sistema legal coercitivo, conductas y actitudes aparentemente tan ajenas a nosotros que requerimos un sustento material para que nadie deje de estar enterado de lo que un ser humano no puede hacer a otro ser humano. ¿Puede ser esto considerado un adelanto? Más bien se trata de un gravísimo fracaso.
¿Volveríamos a la esclavitud si el derecho a la libertad fuera abolido? Perdón: ¿Desapareció la esclavitud alguna vez? Sepa que ahora, en otra parte del mundo (no tan lejos
como cree), una persona tiene prisionera a otra, tal vez encadenada, probablemente ni siquiera necesite con qué atarla. Mientras usted lee esto, termina un combate armado y comienza otro, alguien está siendo asesinado, un niño es explotado por dinero, someten a una mujer por mucho menos. ¿Cómo entender que a pesar de toda la violencia acumulada en nuestra memoria colectiva todavía no hayamos encontrado el modo?
“Un atributo innegable de lo infernal es su extremo grado de irrealidad, atributo que mitiga sus horrores y los agrava a la vez”. Sólo tal afirmación podría explicar la sordidez de ciertas actividades humanas, o como observa la experiencia: a mayor estímulo, menor sensibilidad. Pues mirando en retrospectiva vemos una historia plagada de hechos infernales que las mentes actuales no comprenden y tachan de simple barbaridad. Y parece ser que no hay otra manera de entenderlo: el humano es capaz de una indiferencia tal a la violencia que la rechazamos no por su naturaleza intrínseca, sino porque estamos hastiados de ella. Nos horrorizamos, sí,
lo hacemos, debemos hacerlo. De lo contrario se evidencia que somos parte del infierno. Y una vez dentro, uno jamás se da cuenta a donde acaba de entrar.
Así, el único recurso a mano para sobrevivir es volverse parcial y no juzgar, permitirse calzar los zapatos del diablo, estar loco por un rato, perder todo rastro de humanidad y ser monos calvos en una cotidianeidad sosegadamente salvaje, anestesiados partícipes silenciosos del dolor como regla fundamental del juego. Engranaje de la maquinaria humana es que alguien padezca necesidades básicas que lo impulsen a entregar su vida y energía para que otro, voraz, insaciable, disfrute. ¿Pero qué mecanismo opera oculto en la especie de los hombres para que éstas cosas sucedan? ¿Acaso sabe el loco que está loco? ¿Qué tan aberrante puede ser un acto en extremo egoísta desde la perspectiva de su perpetrador?
Casi una década transcurrió desde el día en que me formulara éstas preguntas para esbozar una respuesta en forma de cuento. He aquí el resultado final de todo ese tiempo invertido en una especie de autoexorcismo, pues así nacieron estos relatos: bajo el cobijo de la propia locura, hijos de la acogedora nostalgia del lodo; donde lo aberrante no se ve, se es. Durante ese proceso creo haber aprendido que el infierno no es un lugar ni un castigo, más bien se trata de un estado autoinfligido. El infierno es estar encerrado dentro del propio Yo, prisionero obediente del demonio interno, donde uno olvida al Gran-Yo y el ego es percibido como experiencia única.
Todavía hallamos entre nosotros aquellos pobres diablos creyentes en una vida después de la muerte que reflejará nuestro desempeño en la Tierra mediante el sistema de premios y castigos. Presos de expectativas, esperanzas, temores, conducen sus vidas buscando ganar acceso al edén, o eludir la condena eterna. Finalmente algún día mueren y ahí están del otro lado mirándose las caras, puteando por dentro, maldiciendo el momento en que aún vivos habían decidido dormir, soñar, olvidar que ya estaban ahí. Y que tenían el poder de cambiar. Ciertamente no hay que morirse para ir al cielo o al infierno. Son las decisiones, los pensamientos, las acciones propias y colectivas las que crean en nuestro interior y a alrededor estados y condiciones armónicas o caóticas.
Por tanto sería improcedente de mi parte, e injusto para con el lector, permitirle transitar las siguientes páginas sin concederle la gracia de un barquero que sirva de guía. Quizá su presencia pueda mitigar, o disculpar, los horrorosos relatos aquí nucleados. Tal es el propósito del presente prólogo, porque el que avisa no traiciona; así que vaya tranquilo, siendo consciente que página a página se irá internando en las profundidades de un infierno personal que puede, o no, ser reflejo del suyo propio. Y recuerde, que el YO es uno para todos, y como el fuego, vive nutrido de lo muerto.
Bienvenido.
Se destaca el diseño gráfico de Delfina Laballos: delfina@chicagalacticadg.com.ar
Y las ilustraciones de El Santi: http://www.elsantidibujante.com.ar/
"La complejidad y simpleza de la retórica empleada por Piedrabuena nos trae reminiscencias del incognoscible paralelismo entre la convergente existencia y no-existencia antroposófica de la psicomagia del ser en revolución mística". (Rey Larva)
"...es muy oscuro y sangriento, pero eso me gusta, por momentos me recordaba a Borges, Stevenson y también algo a Lovecraft pero no sé bien qué". (Carolina Villa)
"Los mejores treinta pé que gasté en mucho tiempo vieja". (El Momia)
"Piedrabuena... ¿quien pinga es ese?". (Sebastián Bruzzese)
Hijo de la democracia, David Piedrabuena desde pequeño demuestra interés por las expresiones artísticas como también cierta tendencia al pensamiento crítico. En la adolescencia temprana, impulsado por el profesor Fabián Poerio, comenzó a esbozar sus primeros cuentos e incluso una novela corta. Estudió teatro, literatura, locución y periodismo como también psicología, aunque sin profundizar en ninguna de ellas. Fundó el fugaz proyecto radial y cultural FM S.E.R. que sostuvo durante cuatro años antes de asociarse al escritor Ivan Hirschhorn y formar Editorial Tinta China, emprendimiento aún en desarrollo. Actualmente escribe cuentos, ensayos y notas periodísticas como oficio, a la vez que lleva adelante un taller de creatividad literaria en la ciudad de Luján. Ha publicado dos libros de cuentos: INFIERYO y 237cm3 de Felicidad de Milton Terías. Para leer más del autor: www.piedrabuena.blogspot.com
Se puede solicitar el libro al correo electrónico de la editorial: editorialtintachina@gmail o personalmente al autor: piedrabuena@gmail.com quien con gratitud le acercará la obra y le cebará unos ricos mates.
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