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Angel Martin - Realicidios

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Editorial Tinta China presenta su nuevo libro: REALICIDIOS de Angel Martín.

¿De que se trata Realicidios?

De sexo, de la locura, la creación y la destrucción presentes al ser consumados los placeres, es una descripción en extremo minuciosa de la decadencia en la vida de las máquinas imperfectas que son los hombres y mujeres de ésta tierra. Fantasías cotidianas interpretadas con una visión descarnada, realista y enferma: he aquí Realicidios, el libro de cuentos y microficciones concebido por Ángel Martín en su debut como narrador. Escrito desde los subsuelos de esa realidad que aquí se asesina, ésta obra se compone de 10 historias que reniegan de si mismas para desarrollarse libremente bajo el lógico precepto de causa-y-efecto.

Los lectores podrán conjeturar sobre la causa, los efectos están a la vista de todos. Veamos:


La mujer elefante

Tras una corta pero tormentosa adolescencia, Muriel finalmente triunfó en la vida al convertirse en una exclusiva A.E; es decir, Acompañante Ejecutiva, o sea una prostituta de lujo, o, como lo prefieren los obscenos, una puta cara. Irónicamente, tras su accidente feroz, lo único que le deja algún sustento para vivir es, precisamente, su puta cara.

Los hechos se sucedieron vertiginosamente. Todos los viernes, Muriel era contratada por Freddy Mayo, famosos automovilista retirado y célebre juerguista, dueño de una estancia en Pueblo Purgatorio. Freddy acostumbraba bajarse un fernet con Viagra de un trago y luego pasaba a buscar a Muriel. No la llevaba a ningún hotel alojamiento, sino que la paseaba toda la noche por la ruta a una velocidad excesiva, alucinante, mientras ella le practicaba sexo oral cada cuarenta y cinco minutos. En uno de esos imprudentes viajes, Freddy, a punto de eyacular y cruzar la barrera del sonido simultáneamente, omitió una luz roja que venía de frente confundiéndola con una whiskería de ruta y terminó incrustando su coche debajo de un camión acoplado. El conductor de este vehículo tampoco iba a la velocidad apropiada, ya que estaba deseoso de encontrar una mina al costado de la ruta para justificar su jornada laboral.

Freddy se dio un buen golpe, pero las bolsas de aire lo salvaron del choque. Sin embargo Muriel, que le estaba practicando sexo oral de acuerdo al contrato, no salió tan bien del impacto. Su nariz se pulverizó a la vez que sus dientes se cerraban con fuerza alrededor del miembro de Freddy.

Tras el choque, el automovilista bajó de su auto, feliz por no haber perdido el sentido y se sentó en el medio de la ruta. Cerró los ojos un momento y lo acometió un gran cansancio. La verdadera felicidad, la cual no habría de notar, fue que murió desangrado sin tener conciencia de que su pene había sido seccionado por la dentadura de Muriel.

La acompañante, mientras tanto, intentaba salir, presa del dolor y la confusión, pero conciente de su rostro desfigurado.

La llevaron al hospital donde los doctores vieron con una fascinación lindante con el horror no sólo que la nariz de Muriel había desaparecido, sino que el pene de Freddy, arrancado de cuajo, se había incrustado sobre los labios de Muriel. No obstante, esta calamidad había impedido un coágulo en las vías respiratorias de la acompañante que la habría asfixiado. Para asombro de todos, la joven, en aquel momento inconciente, continuaba respirando acompasadamente a través del orificio del glande. Los doctores, carentes de experiencia suficiente, y ansiosos por una dosis de morfina, resolvieron no efectuar cambios sobre el rostro de la muchacha ya que parecía estar evolucionando con increíble rapidez. Cuando le contaron lo ocurrido se horrorizó y por ese motivo Muriel abandonó el hospital cubriendo su rostro con un velo y sin desear tener noticias de un médico nuevamente.

Una vez en su casa rompió todos los espejos para evitar contemplarse siquiera accidentalmente, le perturbaba la idea de saber que en medio de su rostro colgaba, escuálido y arrugado, el pequeño miembro de Freddy en lugar de su bella nariz. No pasó mucho tiempo hasta que se quedó sin clientes. Contrario a lo que todos creen, la depravación sí conoce límites.

Sumida en la miseria y la deformación apareció un hombre, no dispuesto a salvarla, sino más bien a explotarla con el pretexto de darle una mano. Carente de expectativas, Muriel aceptó y el hombre la condujo hasta su negocio, una feria ambulante de monstruos. Todas las tardes el hombre la presenta con gran alboroto, entre el hombre manteca y el niño iguana. La multitud se horroriza un segundo cuando Muriel se desprende de su velo, pero en seguida comienzan las risas y los comentarios crueles a la vez que unos niños le tiran maníes confundiendo el pene de Freddy con la trompa atrofiada de un elefante. Muriel se planta firme sobre el escenario, en silencio, soportando esta humillación a diario. Si yo no albergara cierto respeto por las desgracias ajenas, sin duda, me uniría a ellos.




África

Mamá perdió todos sus ahorros en una mala inversión. No teníamos ni para comer. Me arrancó los ojos y los cocinó en una sartén. No soportaba la idea de tener que dejarme morir de hambre. No estábamos en África.




Invitación al paraíso

Me gustaba llegar a la costa y comenzar a escribir ahí. Sentarme sobre la rambla y mirar hacia abajo.

Sobre una pequeña cornisa alguien siempre dejaba una tuca, y no dudaba en darle fuego disimuladamente. El efecto me permitía concentrarme en mi tarea, sentir la fluidez de las palabras surgir desde mi cerebro.

Mi cerebro.

Que había estado prácticamente muerto.

La resurrección mental, la única resurrección posible. La intervención no había funcionado, nadie me había brindado el apoyo que realmente deseaba y el mundo era un lugar demasiado intrincado, pero tan sencillo a la vez que requería de toda mi concentración. Ahora estaba concentrado.

Sentía que alguien me rondaba…

Estaba demasiado ocupado con mis ideas, preguntando dónde podría ir si continuaba sintiéndome de ésta manera.

Sin un centavo en mis bolsillos,

mis bolsillos rotos no podrían contener ninguna moneda.

Pero eso no importa, me digo, ¿o se ve?

Lo que sí se ve es mi pelo sucio y enredado, duro.

Mis uñas mugrientas divorciadas de toda manicura.

Mi ropa vieja y gastada.

¿Qué tendría que hacer para mejorar mi aspecto y que te fijes en mí?

¿Conseguir un trabajo?

¿Y después qué?

Quejarse es el consuelo de aquellos que no seremos nada en la vida.

Patética pero simpática angustia existencial. Aún estaba en busca del camino, simplemente eso.

Exhalaba el humo de la marihuana lentamente, reteniendo aquel regalo de un desconocido y disfrutando cada segundo que iba quemando mi garganta, enrojeciendo mis ojos.

Una anciana se acercó a mí, dubitativa. Yo ya la había estado observando con curiosidad, andaba repartiendo unos volantes y cada tanto me echaba una mirada.

Yo escribía y me escondía entre mis papeles y garabatos. No tenía el más remoto interés en saber algo de ella.

Sin embargo, al Caos poco le importan nuestros intereses… Es una fuerza de propósitos.

La anciana pronunció un buenos días casi inaudible, y yo, incapaz aún de faltar el respeto respondí algo similar en un tono más audible.

Me preguntó si era estudiante o periodista. Ninguno de los dos, dije. No parecía contenta, así que debió seguir preguntando.

Entonces, ¿para qué escribe?

¿Qué clase de pregunta es esa? ¿Cómo se supone que la responda? Para no andar molestando a la gente en la calle, vieja de mierda, le dije.

En mi imaginación.

En realidad no supe qué responderle, me quedé sonriéndole como idiota y con la mirada perdida mucho más allá de esto.

¿Puede ser que usted esté perdido? La pregunta me causó cierta gracia, pero logré contener una risa que inevitablemente se hubiese vuelto carcajada. Me tendió un folleto y lo tomé. Apenas lo miré sonreí al leer otra pregunta.

¿Cree que Dios no tiene un plan para usted?

Lo leí en voz alta, fingiendo un nivel de lectura de retrasado mental.

Luego miré a la anciana quien comenzó a hablarle al vacío sobre los beneficios que recibiría si me unía a su mentira diseñada por inescrupulosos comerciantes que le ponen precio a lo último puro que había tenido el ser humano: la fe.

La anciana llevaba unas gafas gruesas, pero aún así pude verle un brillo de fanatismo en sus ojos.

Sabía que al terminar su monólogo del paraíso remataría con otra pregunta. Así es la manera en que lo hacen.

Te arrastran con preguntas hasta que te hacen la definitiva, ¿aceptás a Jesucristo como tu Único Salvador?

Y si contestás que sí, estás cagado. Tu mente débil es carroña para estos cuervos.

Sabía que mi respuesta sería no, aunque una vez había dicho que sí. Por supuesto, uno siempre conoce bien aquello que odia.

Ya me había entretenido bastante. No quería quedar como un idiota sin poder responder otra pregunta, y que eso conlleve a otra pregunta.

Abollé el panfletito entre mis manos y lo tiré al suelo, a pesar de la clara advertencia de no arrojar en la vía pública.

Me pareció curioso, pero no del todo, que un folletito como aquel tuviese una sentencia propia de los volantes publicitarios.

A veces me sorprende la simplicidad que adquiere la realidad.

Me levanté sin decir palabra y me alejé tranquilamente sin mirar el rostro de indignación de la pobre anciana.

Me dio lástima por ella, pero explicarle que lo que hacía estaba equivocado no tendría sentido.

Cuando uno acepta a Jesucristo como su Único Salvador también acepta y ejerce el derecho de ser un perfecto descerebrado.

Avancé un trecho y miré hacia atrás. La vi levantar la publicidad y plancharla con sus manos para quitarle las arrugas. Como si tuviera algún sentido hacerlo.

La compasión que pude haber sentido antes se extinguió. En términos vulgares y simples como aquella realidad, no era sino otra vieja de mierda.


El libro puede ser solicitado al autor vía correo electrónico a: phprep@hotmail.com o contactando a Tinta China a editorialtintachina@gmail.com
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